
Fue en algún día insípido del 2001cuando Alfredo no pudo creer que los metros que lo distanciaban del piso serían suficientes como para hacerle trizas un hueso. Y todo por su afán de pintor volador y por andar escalando andamios sin vértigo en las alturas. Menos pudo creer que a los pocos días una puta infección lo iba devorando y que cualquier intento de la cirugía iba a ser imposible para salvar su pierna izquierda. Con la amputación de su tibia y peroné, también se fueron su vieja profesión y su rutina… su mujer se había ido años antes. (Continúa...)
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